lunes, 16 de abril de 2012

I loved you the best I could.

Sábanas blancas. Cortinas de seda.
Los rayos de luz anaranjada que se filtran en la habitación me despiertan poco a poco, despacio; lentamente. Lentamente abro los ojos y me encuentro como me dormí: arropada por tus brazos. Sigues dormido. El pelo enmarañado, los pequeños rizos rubios ya penden un poco al borde de tu frente.
Duermes profundamente, con los labios entreabiertos y tu brazo alrededor de mi cintura. El dorado de tu piel contrasta con la palidez de la mía. De fondo, sólo se oye tu respiración y las olas que chocan contra la costa al otro lado del balcón.
Con cuidado, retiro tu mano y salgo de la habitación sin hacer ruido. Bajo las escaleras color caoba de puntillas, con el único propósito de evitar que crujan las viejas tablas de madera; el pelo rubio oscuro, aunque todavía con algún toque cobrizo, me cae como una cascada por la espalda.
Llego al salón. En el suelo siguen los abrigos y la ropa de anoche. Sobre la mesa de cristal, la botella vacía de J&B.
Salgo hasta el porche, sólo para respirar. Respirar sal. Respirar inocencia.
Tras unos instantes de brisa marina en mis pulmones, vuelvo al interior de la casa. Recorro la estancia hasta el otro extremo de la habitación. Huelo las rosas que hay en el fino jarrón de cristal: exactamente dos, una roja y una blanca. En la tarjeta, escrito en Bic azul pone " Te he echado de menos cada día. Vuelvo para quedarme." Sonrío, y vuelvo a subir al dormitorio manteniendo la curva de mis labios.
Antes de entrar, me quedo mirándote un momento, y veo que sigues igual. Tan igual y tan distinto que hace tres años. Hace tres años, cuando te fuiste, y ya has vuelto. Has vuelto prometiendo no irte. Prometiendo amarme. Prometiendo sueños. Prometiendo infinitos.
Es en el momento en el que abres los ojos y me miras, y tu mirada es más fuerte que nada en este mundo, -porque nunca pude resistirme a esos ojos color miel, porque me sigo ahogando en ellos, porque me siguen hipnotizando como el primer día - cuando me doy cuenta de todo lo que te he echado de menos. Y de cómo no puedo creerme el tenerte aquí. De nuevo. Conmigo. A mi lado. Para siempre.
Y entonces, antes de que ese momento acabe de desvanecerse, vuelvo a tu lado, a mi sitio, entre tus brazos, mi lugar favorito de este mundo; el más seguro. Y me siento tan pequeña de nuevo, entre esas sábanas gastadas de algodón, que no puedo por menos que suspirar y abrazarte con todas mis fuerzas antes de cerrar los ojos.
Porque cuando vuelvo a abrirlos, despierto en mi cama, sola.
Una jarra de agua fría; un golpe de realidad.
contigo a miles de kilómetros, sin ti.
Y tú con otra.
Y sabiendo que las sábanas blancas y las cortinas de seda, el olor a sal, no saldrán jamás de donde vienen: el sueño de un 14 de diciembre. Del sol de un 15 de junio.