martes, 2 de octubre de 2012

October routine.

Aprieto fuerte la carpeta contra mi pecho, la mochila bien sujeta a mi espalda; sólo espero que las horas de hoy pasen rápido.Camino lento por los pasillos grises de mi instituto, como un autómata. Llevo el pelo recogido en un moño mal hecho, con algunos mechones rebeldes por la cara, y una sudadera desproporcionalmente ancha a mi altura. Al fin, llego al aula de Teatro.
Voy cogiendo apuntes de forma automática. La voz del hombre con barba canosa que tengo delante de deja en standby.
Cada vez aflora más en mi rostro esa sensación de preocupación, inseguridad, todo mezclado con una cantidad desmesurada de sueño y la monotonía de este colegio.
Si la decisión recayera sobre mí, hoy habría dormido en tu cama; atraparíamos juntos el amanecer, ya sabes...
Después de mi muerte en clase de gimnasia, intento mantener el pulso mientras estudio las golondrinas de Becquer. De nuevo, la misma barba blanca vigila el aula desde lo alto de una tarima. Por suerte, se limita a leer, con perfecta entonación, cierta parte de las Leyendas, lo que significa que puedo sumirme en mis pensamientos y pasar inadvertida sin que tenga repercusiones en mi nota media. Creo que no es difícil adivinar en qué estoy pensando las 24 horas. Qué genial sería que aparecieras ahora mismo por la puerta, ¿no? Como sé que eso es físicamente imposible, me limito a soñar despierta.
Porque lo único que salva, o que mata, mi rutina es algún que otro domingo; tú eres lo que me saca de la realidad y me lleva de vuelta mi mundo.
3, 2, 1... Campana, salvada.