martes, 11 de diciembre de 2012

La princesa está triste, la princesa está pálida.

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro;
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
para ver de sus ojos la dulzura de la luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente, las dalias, y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real:
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida.)
¡Oh, visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volará a la tierra donde un príncipe existe,
-la princesa está pálida, la princesa está triste-
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

"Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-:
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor."

Sonatina.        
Rubén Darío,  "De prosas profanas" (1896)

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Pain, life, love. An illness.

Escalofríos. Últimamente me recorren escalofríos por todo el cuerpo cada vez que pienso en esta oscuridad, en este negro tan absoluto en el que me hundo. El pozo sin fondo del que no puedo escapar, porque ese pozo soy yo misma.
Escalofríos, hasta las muñecas. Hasta los huesos que tanto busco, hasta el alma. Este hueco en el pecho, este dolor. El humo en la garganta, que intenta llenarlo, en vano. Cada noche, cada día, las lágrimas vuelven a vaciarlo. Y vuelve a quedar negro, solo negro. Todo negro. Hondo.
Son sombras que, en  mis ojos, hacen contraste con mi piel. Tan blanca, tan nívea, tan fría. Los dedos huesusdos, ásperos en las yemas, se manchan de rímel cada vez que intentan ocultar lo inevitable.
Y si no lo hicieran, si estas agujas no intentaran ocultar mis ojos, mis sombras, sería irrelevante.
Yo, soy transparente. Invisible. Más que de cristal, de hielo. Nadie parece verme. Ni escucharme: llevo tiempo gritando un incesante ayuda a los oídos de la gente. Sin respuesta, acorde con el resto de sus acciones
Pero ahora, me estoy quedando sin voz.

martes, 2 de octubre de 2012

October routine.

Aprieto fuerte la carpeta contra mi pecho, la mochila bien sujeta a mi espalda; sólo espero que las horas de hoy pasen rápido.Camino lento por los pasillos grises de mi instituto, como un autómata. Llevo el pelo recogido en un moño mal hecho, con algunos mechones rebeldes por la cara, y una sudadera desproporcionalmente ancha a mi altura. Al fin, llego al aula de Teatro.
Voy cogiendo apuntes de forma automática. La voz del hombre con barba canosa que tengo delante de deja en standby.
Cada vez aflora más en mi rostro esa sensación de preocupación, inseguridad, todo mezclado con una cantidad desmesurada de sueño y la monotonía de este colegio.
Si la decisión recayera sobre mí, hoy habría dormido en tu cama; atraparíamos juntos el amanecer, ya sabes...
Después de mi muerte en clase de gimnasia, intento mantener el pulso mientras estudio las golondrinas de Becquer. De nuevo, la misma barba blanca vigila el aula desde lo alto de una tarima. Por suerte, se limita a leer, con perfecta entonación, cierta parte de las Leyendas, lo que significa que puedo sumirme en mis pensamientos y pasar inadvertida sin que tenga repercusiones en mi nota media. Creo que no es difícil adivinar en qué estoy pensando las 24 horas. Qué genial sería que aparecieras ahora mismo por la puerta, ¿no? Como sé que eso es físicamente imposible, me limito a soñar despierta.
Porque lo único que salva, o que mata, mi rutina es algún que otro domingo; tú eres lo que me saca de la realidad y me lleva de vuelta mi mundo.
3, 2, 1... Campana, salvada.

lunes, 16 de abril de 2012

I loved you the best I could.

Sábanas blancas. Cortinas de seda.
Los rayos de luz anaranjada que se filtran en la habitación me despiertan poco a poco, despacio; lentamente. Lentamente abro los ojos y me encuentro como me dormí: arropada por tus brazos. Sigues dormido. El pelo enmarañado, los pequeños rizos rubios ya penden un poco al borde de tu frente.
Duermes profundamente, con los labios entreabiertos y tu brazo alrededor de mi cintura. El dorado de tu piel contrasta con la palidez de la mía. De fondo, sólo se oye tu respiración y las olas que chocan contra la costa al otro lado del balcón.
Con cuidado, retiro tu mano y salgo de la habitación sin hacer ruido. Bajo las escaleras color caoba de puntillas, con el único propósito de evitar que crujan las viejas tablas de madera; el pelo rubio oscuro, aunque todavía con algún toque cobrizo, me cae como una cascada por la espalda.
Llego al salón. En el suelo siguen los abrigos y la ropa de anoche. Sobre la mesa de cristal, la botella vacía de J&B.
Salgo hasta el porche, sólo para respirar. Respirar sal. Respirar inocencia.
Tras unos instantes de brisa marina en mis pulmones, vuelvo al interior de la casa. Recorro la estancia hasta el otro extremo de la habitación. Huelo las rosas que hay en el fino jarrón de cristal: exactamente dos, una roja y una blanca. En la tarjeta, escrito en Bic azul pone " Te he echado de menos cada día. Vuelvo para quedarme." Sonrío, y vuelvo a subir al dormitorio manteniendo la curva de mis labios.
Antes de entrar, me quedo mirándote un momento, y veo que sigues igual. Tan igual y tan distinto que hace tres años. Hace tres años, cuando te fuiste, y ya has vuelto. Has vuelto prometiendo no irte. Prometiendo amarme. Prometiendo sueños. Prometiendo infinitos.
Es en el momento en el que abres los ojos y me miras, y tu mirada es más fuerte que nada en este mundo, -porque nunca pude resistirme a esos ojos color miel, porque me sigo ahogando en ellos, porque me siguen hipnotizando como el primer día - cuando me doy cuenta de todo lo que te he echado de menos. Y de cómo no puedo creerme el tenerte aquí. De nuevo. Conmigo. A mi lado. Para siempre.
Y entonces, antes de que ese momento acabe de desvanecerse, vuelvo a tu lado, a mi sitio, entre tus brazos, mi lugar favorito de este mundo; el más seguro. Y me siento tan pequeña de nuevo, entre esas sábanas gastadas de algodón, que no puedo por menos que suspirar y abrazarte con todas mis fuerzas antes de cerrar los ojos.
Porque cuando vuelvo a abrirlos, despierto en mi cama, sola.
Una jarra de agua fría; un golpe de realidad.
contigo a miles de kilómetros, sin ti.
Y tú con otra.
Y sabiendo que las sábanas blancas y las cortinas de seda, el olor a sal, no saldrán jamás de donde vienen: el sueño de un 14 de diciembre. Del sol de un 15 de junio.